Los bocetos que el dibujante vienés Martin Elfman hizo en su momento del último número de Verbrecherisch Traum.
Cabaret en las tripas del difunto tiene los días contados.
Suena Michel Camilo, Madrid está frío, como lo recuerdo cuando venía y caminaba sus calles sin concerlas, y olía a frío y a mí me gustaba meterme las manos en los bolsillos y caminar Atocha abajo.
No sé bien quién sigue este blog, ni si hay alguien que le encuentre sentido. Ni siquiera yo tengo claro por qué abrí un blog que retrasmitiera un poco los estados de ánimo de la escritura de una novela. Quizás no es sintomático, ya que el blog tiene unos seis meses, mientras la novela lleva dando vueltas en mi cabeza unos dos años.
Quizás lo que le de sentido a este blog sea la novela publicada.
No sé.
Son conjeturas.
El caso es que poco a poco me estoy despidiendo de los personajes. Siento en las últimas correcciones que me va a ser difícil despedirme de ellos. Algunos de ellos llevan conmigo ocho o nueve años, y me doy cuenta en los últimos párrafos, que los miro con cierta compasión, con cierta incomodidad, y ellos también van adivinando el final. Se resisten a quedar encerrados en un libro.
Son afortunados porque lo de menos es el libro: las historias son un magma, y el libro viene a concretar o a fijar, en un cierto momento de la vida, el iceberg de esa historia magmática que no sé bien si está en la cabeza, en los dedos, o en todo el cuerpo.
Son afortunados porque ellos saben que seguirán ahí, que me seguirán acompañando, que estar en un libro o arroparme cuando duermo es la misma cosa.
Brindo con ellos, mientras suena la música, mientras planea el doloroso punto y final, y todos nos miramos como sin saber qué hacer.
Cabaret en las tripas del difunto tiene los días contados.
Suena Michel Camilo, Madrid está frío, como lo recuerdo cuando venía y caminaba sus calles sin concerlas, y olía a frío y a mí me gustaba meterme las manos en los bolsillos y caminar Atocha abajo.
No sé bien quién sigue este blog, ni si hay alguien que le encuentre sentido. Ni siquiera yo tengo claro por qué abrí un blog que retrasmitiera un poco los estados de ánimo de la escritura de una novela. Quizás no es sintomático, ya que el blog tiene unos seis meses, mientras la novela lleva dando vueltas en mi cabeza unos dos años.
Quizás lo que le de sentido a este blog sea la novela publicada.
No sé.
Son conjeturas.
El caso es que poco a poco me estoy despidiendo de los personajes. Siento en las últimas correcciones que me va a ser difícil despedirme de ellos. Algunos de ellos llevan conmigo ocho o nueve años, y me doy cuenta en los últimos párrafos, que los miro con cierta compasión, con cierta incomodidad, y ellos también van adivinando el final. Se resisten a quedar encerrados en un libro.
Son afortunados porque lo de menos es el libro: las historias son un magma, y el libro viene a concretar o a fijar, en un cierto momento de la vida, el iceberg de esa historia magmática que no sé bien si está en la cabeza, en los dedos, o en todo el cuerpo.
Son afortunados porque ellos saben que seguirán ahí, que me seguirán acompañando, que estar en un libro o arroparme cuando duermo es la misma cosa.
Brindo con ellos, mientras suena la música, mientras planea el doloroso punto y final, y todos nos miramos como sin saber qué hacer.
Tiene que dar mucha pena despedirse de un libro, me resulta muy curiosa la relación que teneis los escritores con vuestros libros, me da envidia, aunque sea triste llegar al final tiene que ser algo especial, también me ha llamado siempre mucho la atención eso que he oído a más de un novelisata, que llega un punto en toda novela en la que es ella la que te lleva, la historia y sus personajes, me parece de cuento y algo maravilloso. Es como tú ahora que hablas de los parrafos finales como si fueran personas. Ya nos contarás como ha sido el final. Besos.
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