Era como si yo me enamorase de Gilda, aunque el personaje tenga el cuerpo, la voz, los gestos de Rita Hayworth; o de la turbia Marie “Slim” Browning encendiéndose un cigarrillo y mirando de reojo a aquel tipo de traje gris, aunque la actriz que la sustente sea Lauren Bacall; o de Suzie Diamond –interpretada por Michelle Pfeiffer –cantando sobre un piano de cola, acompañada de un fracasado pianista, en ese triste fin de año; o de Maxine –Ava Gardner –bailando por la noche, vestida, borracha, con dos chicos, en aquella playa de Puerto Vallarta. Entenderlo lo entendía, pero el caso es que hasta ahora me había estado hablando de la tal Greta Wenderglaszt como si existiese o hubiese existido en la Realidad. Era eso lo que se me escapaba. Una cosa es hablar de la confusa Ilsa Lund y del derrotado Richard Blaine en Casablanca, pero siempre se está hablando de personajes de película, por muy extraordinarios que sean. Ilsa y Rick también existen “sólo al otro lado de la pantalla, como Greta, pero entonces: ¿por qué todo el mundo hablaba de ella como si hubiese existido? En definitiva: ¿Cómo coño podía ser la viuda de Gröss un personaje de cine?”. Martin Elfman me miró como si estuviese ante un auténtico idiota. “Querido Miguel Ángel”, dijo despreciativamente con la boca de lado, “le hacía más despierto”. “Pues ya ve que no es así”, me defendí yo. Elfman sonrió al verme molesto.
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