jueves, 2 de septiembre de 2010

Entrevista a Gabriel Terich en "Coeurcassé"


En el número 87 de la revista francesa Coeurcassé (primavera 1991), el periodista Fabrice Egoyam entrevistaba al ex reportero Gabriel Terich. Ésta es parte de la entrevista:

Coeurcassé: Señor Terich, ¿De dónde le viene su pasión por el cine?

Gabriel Terich: Creo que viene de mi pasión por el crimen. Verá, creo que mi pasión por el crimen como concepto comporta todas las facetas de la creación escénica, del arte de crear una escena y jugar a ello. Si observa bien, los grandes criminales, independientemente de su mayor o menor atrofia moral que solemos suponerles, son grandes dramaturgos, grandes creadores de escenas, de suposiciones. Visto así, el crimen suele ser una delicada puesta en escena al servicio de dudosos intereses si se quiere, deleznables o intolerables desde el punto de vista moral, pero delicados, sensibles y en muchos casos emocionantes desde el punto de vista escénico. Cuando un asesino comete un crimen, antes y durante el acto, se ve obligado a crear tal cantidad de posibilidades dramáticas como las que afronta el guionista de cine a la hora de crear la escena de una película. Mi pasión por el cine es necesaria en el sentido de que no podía ser de otra manera desde el punto de vista de mi pasión por el crimen.


Coeurcassé: En ese caso no variará mucho su método a la hora de trabajar como criminólogo, como corresponsal de guerra o como crítico cinematográfico.

Gabriel Terich: Con muchos matices, podría decirse que es más o menos así, como lo dice usted. No sé si es apropiado llamarlo método, pero sí, el sustrato que yace bajo la razón que hace necesarios los tres trabajos, lo que palpita debajo de una realidad que necesita ser interpretada, bien por un criminólogo o un detective en el caso de un crimen, bien por un corresponsal o un simple testigo en el caso de una guerra, bien por un crítico cinematográfico o un espectador en el caso de una película, obedece siempre al mismo impulso: la realidad crea situaciones más o menos ajustadas a armonía, más o menos terribles, más o menos trágicas, cómicas, terribles o inofensivas, pero como los pedazos de la realidad son caóticos e inservibles, se hace necesaria una cierta cordura posibilitada por una cierta arqueología que lleve a una organización de esos pedazos aparentemente inconexos.

Coeurcassé: En ese caso, ¿cuál sería la principal diferencia entre las tres figuras: el criminólogo, el corresponsal y el crítico?

Gabriel Terich: Sin duda la principal diferencia entre los tres es que, en el caso del criminólogo sólo puede permitirse una reconstrucción de los hechos exactamente idéntica, luego unívoca, a como fueron efectivamente esos hechos. Se ve obligado a acertar en todas y cada una de las piezas que rescate de ese pasado, por lo tanto, su posibilidad de error se multiplica con cada uno de estos pasos, puesto que puede ser falso y alejarlo irreversiblemente de lo que pretende: saber qué fue lo que pasó. En el caso del corresponsal, como en la del testigo de cualquier acontecimiento o fenómeno, está sujeto a unas variables circunstanciales tales como la percepción, las posibilidades de que todo aquello que obedezca a multitud de probables razones, el error en el cálculo o en la valoración del sentido, etc. En el caso del crítico, al ser más inofensivo y lúdico, puede equivocarse más o menos respecto a la realidad subyacente a la obra cinematográfica, pero su interpretación o apuesta de dicha realidad, no tendrá consecuencias en términos de veracidad o error, sino en el terreno de la justicia. La realidad permanecerá inalterada, al contrario que en los otros dos casos, y sólo tendrá consecuencias económicas o profesionales para el propio crítico o para los cineastas en el caso de que el primero se equivoque. El crítico no tiene la más mínima importancia en la interpretación de la realidad, al contrario que el corresponsal o el criminólogo. Las situaciones, los escenarios, las danzas, los movimientos y el tiempo sí son idénticos en los tres casos”.

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Nací el 2 de julio de 1978. Soy músico, escritor, viajero. Estudié en el Conservatorio de Sevilla. Me licencié en filosofía por la Universidad Oriental de Nápoles (Italia). He tocado todos los géneros literarios, incluido el curriculum vitae. Escribo novelas, relatos, poemas y guiones, compongo canciones y toco el piano. Mi espectáculo musical se llama Migue y el fabuloso trompetista invisible. He vivido en Alcorcón, Sevilla, Londres, La Habana, Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires, Nápoles y Madrid. Algunos de mis relatos han aparecido en antologías, revistas, fancines o rocambolescos folletines olvidados. Me gano la vida como buenamente puedo (casi siempre de forma legal). He publicado dos libros: "Últimas 2 horas y 58 minutos" y "El hombre que decía haber salvado a Rebeca B". Y he editado "Falsa antología completa de los poetas incendiarios". Para ser feliz me basta un piano, una playa desierta, buena compañía. Thelonious Monk ya inventó casi todo lo que se me ocurre. De mayor quiero ser Jacques Brel o Leonard Cohen.

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